El comienzo del gobierno de Alberto Fernández
sorprendió favorablemente por el lado fiscal y en tratar de resolver la
restructuración de la deuda en forma amigable, fue predecible e
intervencionista respecto de las políticas sectoriales con congelamientos de
tarifas, con precios cuidados y con la vuelta de las licencias no automáticas
de importación, y tira para adelante problemas difíciles de resolver como las
nuevas tarifas, y una baja duradera de la inflación. Todavía está pendiente un
programa económico que de un marco de mediano plazo y que ayude a tomar decisiones
de inversión.
El gobierno de entrada anunció un impuestazo,
aumentando retenciones a las exportaciones, bienes personales y creando un
impuesto del 30% a los gastos en el exterior.
Por el lado del gasto todo indica que se busca una baja de las jubilaciones. Con estas medidas el gobierno sorprendió al
mercado mostrando una gran voluntad de mejorar las cuentas fiscales con miras a
lograr una solución amigable al desafío de la renegociación de la deuda.
Para mostrar buena voluntad en esta renegociación,
el Tesoro siguió pagando las Lecaps y los intereses de los bonos, al tiempo que
ha dado una clara señal de intentar recrear el mercado de letras de corto plazo
en pesos que fueron en su momento reperfiladas por Macri.
En cuanto a la inflación la señal ha sido
tratar de ganar tiempo y ver si logra que esta baje un escalón. Para eso el gobierno congeló tarifas por 180
días, reimpulsó el programa de precios cuidados, controla las subas de las
naftas y hace un esfuerzo para que los sindicatos moderen sus demandas
salariales. A estas medidas se suma el
freno sobre el tipo de cambio que prácticamente no se ha movido desde fines de
octubre.
El gran desafío será mantener la calma el día
181, cuando haya que aumentar las tarifas y algunos precios para evitar que
nuevamente el país sufra una crisis energética.
El segundo riesgo es que el descongelamiento venga acompañado con un
rebrote de la inflación, como ocurrió en los años ochenta después de los planes
Austral y Primavera.
Una apuesta del gobierno es que algunas de las
medidas que se han tomado que aumentan el crédito, protegen a la industria
local e intentan impulsar el consumo ayuden a una reactivación de la
economía. Suponiendo que sean efectivas,
surge la pregunta de si lo que sirve para estimular la actividad en el corto
plazo conspira contra el crecimiento de largo plazo. Y la respuesta no es obvia.
Para que Argentina crezca se necesita una
macroeconomía saludable con déficits fiscales pequeños que se sostengan con una
menor presión impositiva, con una inflación mucho más baja y con precios
relativos que permitan rentabilidad y favorezcan la inversión. Eso va a requerir que el tipo de cambio sea
competitivo y no se atrase, que las inversiones en energía se financien con
tarifas y no con subsidios, que las cuentas fiscales no se basen en impuestos
de emergencia y que la emisión monetaria esté controlada.
El arranque fue mejor al esperado, pero está
claro que el desafío sigue siendo grande y que recién estamos al principio del
camino.
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